domingo, 29 de marzo de 2015

HELLBOY — GUILLERMO DEL TORO

Afiche por Drew Struzan
El realizador mejicano, confeso fan del cómic, y sobre todo del que traslada a fotogramas, intenta crear un retrato fiel del personaje ideado por Mike Mignola (con ayuda de John Byrne) y que genera tanta apasionada repulsión como adicción. Ron Perlman, embutido en una aparatosa superestructura de látex, encarna a Hellboy, moviéndose por todo el proscenio salvando gatitos.

Aunque Hellboy no trabaja solo, pues está integrado en un cuerpo secreto de defensa paranormal norteamericano (Los Cazafantasmas, pero en gubernamental; por tanto, todo velado por el secretismo oficial y las paranoias adjuntas de quienes intentan salvar el mundo día-a-día al margen de los telediarios), y que en el filme está bastante detallado, cuando mejor trabaja Hellboy es solo.

Figuras tan exóticas como Abe Sapiens, o Liz Sherman, que engrosan el historial del personaje para humanizarlo, generando de paso ese merchandising que enfebrece al pintoresco colectivo coleccionista conocido últimamente como freakies, en mi opinión roban protagonismo a Hellboy. Y no molan. Son un obstáculo; tienen una elegante función de soporte para el héroe en un momento determinado. Pero carecen del carisma que acopia Hellboy. Verlos en pantalla… inquieta. Ralentizan. Demoran. Si de por sí el cómic tiende a la lentitud para ganar suspense y atmósfera, que consuman momentos en secundarios “poco agraciados” genera cierta desafección por la cinta.

Rasputín y su quincalla steampunk-nazi hace de
comadrona para traer a la semilla de destrucción
entre nosotros
Pienso que se debe al poderoso y triunfal individualismo que la ficción lleva, desde siempre, empotrándonos en los sesos. Todo tipo de injurias nos apedrean, a los comunes mortales, y la caída termina produciéndose inevitablemente. Personajes como Hellboy también sufren su copiosa manta de agresiones, físicas, verbales y/o emocionales. Pero las vencen.

Tienen ese acero, ¡MÁS ACERO!, ahí dentro, y del que tiran, para imponerse y lanzarnos el inequívoco mensaje de que, chaval, ¡también puedes tú! Nos adoctrinan para ser fuertes, lograr metas, coronar escarpadas cumbres, conquistar adversidades, ajá, sí, y dormir plácidamente después.

Nuestro encarnado protagonista trabaja con todos
estos apalancados y alguno más
La vida real… no es así. Terminamos necesitando apoyo. A veces, la fuerza procede de un amable consejo, o una maternal palabra dulce, enunciada por quien carece de los vigorosos músculos de Hellboy. El mensaje subliminal de Hellboy (por ejemplo), de vencer a todo coste, sin importar cuál sea la adversidad, se desvirtúa, se cuartea. El individualista queda de puta madre magistral en ficción. Tienta a ser imitado, ¡por supuesto! Nuestra pobre carne mortal requiere, sin embargo, del árnica de la solidaridad y la comprensión con bastante frecuencia.

Mas Hellboy es ignífugo y puede enfrentarse a aberrantes criaturas del Remoto Pasado, o aun realidades paralelas sanguinarias, superando el trance con relativa dificultad. ¡Qué envidia!

Como el tétrico adefesio que carga a
la espalda
Esa parte del filme, que tanto apela a lo ilustrado por Mignola, a su vez sustentado en los “delirios” fantabulosos de H.P. Lovecraft sobre titánicos astronautas, en última instancia, con facultades sobrenaturales, desluce un tanto su curso. Son actores dentro de corazas de látex, que gruñen (¿por qué? ¿No tienen idioma? ¿Por qué deben mugir, si luego resultan ser altos duques del Huerco?) como todo parlamento, y se mueven con torpeza, destruyendo toda ilusión de “credibilidad”.

Hellboy no es radical exterminándolos. Del Toro “se recrea” permitiendo que el bruto ‘sobrenatural’ cause víctimas y daños, impidiendo a Hellboy proceder expeditivo (lo esperado), pues ingeniar el chiste estilo John McCleane antes del tiro de gracia parece la auténtica preocupación de Hellboy.

Hellboy aquí espera impedir el Fin del Milenio y la liberación del Dragón, trágico suceso que cuenta con la fatal ayuda de nazis adictos a una causa distinta al Reich Milenario proclamado por la fastuosa y rimbombante Propaganda nacional-socialista, embaucados por Rasputín en su peculiar cruzada para destruir nuestro pequeño mundo y edificar sobre su escombrera algo mejor. Para Rasputín, es de suponer.

Nazis, misticismo delirante... ¡menudo cacao!
Y ¡funciona!
Los nazis han terminado siendo fuente de anécdotas e historias que caminan bien o descarrilan del todo. En Hellboy son semilla de destrucción, gerentes de un Armagedón bastante resultón y creíble. Todas esas máquinas de sesgo steampunk y conjuros raros. Les dignifican. En producciones menos cuidadas, o sólo pensadas al descuido de obtener algún rápido beneficio, son un recurso payaso, estereotipado, que ¡asombroso!, insulta al espectador por su burda puesta en escena.

Del Toro empero ofrece un filme interesante (visual, ante todo) y adecuadamente servido para el buen esparcimiento. Salva esa franja horaria que destinamos al ocio, tanto como para financiar una secuela mucho más elaborada (otra vez: desde lo visual) que esta primera entrega.

Pero Hellboy tiene la bala adecuada para ellos
Como apunte final, cuan ociosa digresión, señalar que, al contrario de otros regidores, más encastrados en la “arrogante” dignidad que puedan aportar “los clásicos”, del Toro ve en la historieta un importante recurso cultural fluente en argumentos sólidos para el cine. El clasismo habitual de la “alta escuela” reniega del medio con una emoción que recuerda al miedo, el de que el público descubra que todo su jactancioso artificio es oropel, y le dé la espalda. Así que mejor masacra al cómic, salvando su suntuosa situación.