viernes, 13 de marzo de 2015

PHILIP K. DICK, PRECURSOR DEL INVIERNO NUCLEAR

Phikip K Dick y su gato, fiel confidente
Antes (creo) que Carl Sagan y Richard Turco difundieran la aterradora teoría de la Mutua Extinción Asegurada, preconizada por Vladimir A. Alexandrov, mediante el Invierno Nuclear, Philip K. Dick en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? lo preconfiguraba.

No del modo devastador y letal como los citados científicos lo describen, sino mediante una analogía, el polvo, demasiado concordante sin embargo con una notable secuela del Invierno Nuclear: la nieve.

Recordemos: Rick Deckard, cazarrecompensas del SFPD, persigue ‘andrillos’ fugados de Marte (tras una sangrienta evasión) por una San Francisco nublada y silenciosa azotada por eventuales flagelos radiactivos que se incrementan merced a los céfiros caprichosos y la hora. El alto cielo, empañado por el polvo arrastrado por todos los vientos, es pantalla opaca que difunde una claridad solar propia del crepúsculo a pleno mediodía estival.

Novela que se engrandece con cada
lectura
En un intercambio nuclear (aun limitado), los incendios generarían copiosas masas de humo, hollín y pirotoxinas que, inyectados en la atmósfera, la ensombrecerían gradualmente. La oscuridad aportaría un descenso glacial de las temperaturas, y esto, a nevadas, ‘nieve negra’ impregnada de partículas radiactivas que terminarían incrustadas, largo tiempo, en la tierra, la madera, el agua… pare usted de contar.

La Humanidad, ya brutalmente golpeada por la guerra termonuclear y sus inmediatas secuelas de histeria, vandalismo y caos, empezaría a morir víctima de un asesino silencioso e invisible, cuya labor constante tardaría milenios en decaer.

Bueno, la ficción nos ha regalado “ejemplos” de supervivientes a todo esto más o menos brillantes, o recordados. La cruda verdad les dificulta las cosas, empero. Las mutaciones, causa de la radiación, no aportan superpoderes, tampoco. Cava tumbas. Degenera el ADN. Origina otros traumas.

Película que se acercó mucho al real
terror de una guerra termonuclear
El panorama inmediato a una guerra nuclear es vívidamente similar al que Dick describe en la novela referida. Falta el frío, pero introduce el omnipresente polvo como sustituto de la nieve, ya dije. El polvo que empaña el gran azul cae, depositándose constante e insidioso por doquier, cubriendo al planeta con una gris mortaja, que achata sus aristas.

Esto es otra evidencia de qué potente capacidad predictiva gozan tanto la ciencia ficción como sus autores, ‘adelantados de la anticipación’ y ‘visionarios’ que consiguen atisbar cinco minutos más allá del futuro, esté o no previsto. Siendo también humanos, son falibles. El caso de Dick que nos ocupa, no intuyó que la oscuridad del polvo helaría los parajes, y el frío aún dificultaría más la labor de Deckard.

Mas queda patente cuán bien encaminado estaba… sin saberlo.

También interesa señalar qué importancia tienen estos datos, merced al año de publicación de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Por entonces, los baratos filmes de Roger Corman sobre catástrofes mutadas debido a la radiación eran insectos gigantes, o aberraciones similares. Todo bastante digerible.

Aunque también puede ser peor, como Mensajero del
futuro
demostraba (¡y es mejor la peli que el libro!)
El mundo intuía (gracias a Propaganda gubernamental trufada de inexactitudes —voluntarias— y embustes —deliberados—) que una guerra nuclear era mala. Algo más bestia que luchada con blockbusters, como durante la Segunda Guerra Mundial. Pero: sus secuelas, por avasalladoras que fuesen, podían solventarse con buen y honesto trabajo americano. Y en cuanto a la radiación… eso lo arrastra el viento. ¿A dónde? No importaba.

Vasto es el ancho mundo y, por el camino, su poder asesino terminaría desgastándose, consecuencia del tránsito y el humano agotamiento.

Propaganda ocultaba qué barrena de verdadera devastación exterminaría al mundo. No habría una insólita situación de precariedad-y-supervivencia que devolvería temporalmente a la Humanidad a la barbarie. O el Far West. Todo terminaría arreglándose. Es ley de vida.

Víctima y verdugo enfrentados en un duelo, que también es
un viaje de descubrimiento, colofón de Blade Runner
Numerosos relatos “de supervivientes” lo confirman. Procedían de erróneos datos oficiales y la necesidad del autor de imprimir esperanza. Un tenebroso y deprimente cuento, o novela, sobre gente que acababa muriendo debido a la guerra nuclear (y más durante los años “fuertes” de la Amenaza Roja , cuando Norteamérica —y la OTAN por extensión— debía mostrar poderío), no sólo podía juzgarse antipatriótico; tampoco sería del agrado de lectores más o menos dogmatizados por un credo anticomunista.

Dick, sin embargo, indiferente a esta nebulosa concepción antipatriótica, etc., movido por la compulsión de lanzar otro hijo literario al ancho mundo, escribe esta oda a la Masiva Extinción Asegurada con elementos originales que es, empero, proscenio del drama de un verdugo a sueldo cuya labor comienza a causarle trastornos morales al comprobar que su objetivo cada vez es más humano y menos maquinal, salvaguarda que pierde y entorpece su puntería.

El tóxico ambiente del filme es un reflejo del omnipresente
polvo originado por la guerra exterminadora de la novela
Empieza a difuminarse la frontera entre lo creado y su creador. El primero nota dentro de sí la influencia de la chispa de la vida que lo anima, primero, a imitar al creador, y luego, a independizarse de él. A crear a su vez, aunque sea su look particular.

Pero ponderemos sobre la trascendencia del que Philip K. Dick, víctima de drogas y delirios, con vagas nociones científicas como mucho, pudiera “predecir” nuestra extinción de un modo tan novedoso para la época…