domingo, 24 de mayo de 2015

KAMANDI – THE LAST BOY OF EARTH — JACK KIRBY

Cubierta nº 1. La referencia a
El planeta de los simios,
¡insoslayable!
El veterano dibujante de cómics Jack Kirby (quizás, el auténtico promotor del Marvel Universe, el pilar fundamental de la Casa de las Ideas, el motor arrollador de bullente fantasía que Stan Lee supo explotar/encauzar sabiamente), durante su exilio de Marvel Comics, engendró varias colecciones en DC Comics, con la esperanza de que ahí tuviese más suerte, y justo reconocimiento, que en su empresa matriz. No fue así. Pero su vasto legado permanece para nuestro deleite y análisis.

Kirby, en esta etapa, empezó a manifestar inquietudes “catastrofistas” sobre el futuro de la Humanidad. La influencia de El planeta de los simios (más el filme de Franklin J. Schaffner que la novela de Pierre Boullé) está patente en la planificación de la distopía Kamandi (en realidad, Command-D, nombre del silo donde el joven protagonista de estas andanzas creció tras el apoqueclipse que barrenó el ancho mundo, y que debe abandonar forzosamente), pero sólo eso: pronto, sintiendo más desatadas que nunca las energías inspiradoras que le dominaban, Kirby empezó a generar su propio “planeta de los animales andantes/parlantes”, encauzando a Kamandi por los senderos del superheroísmo típicos del sello Marvel.

Esboza un toque social de atención en Kamandi (que Kirby desplegó de manera un tanto embarullada —pero con buena intención—) sobre nuestra conducta con los animales, mascotas o no, y la transitoriedad del poder mundano humano (algo que H.G. Wells cristalizara en La guerra de los mundos). Estamos actualmente en la cumbre. La incesante continuidad de días en que lo usual prosigue parece garantizar nuestra permanencia y pervivencia en la cúspide milenios más. Mas ¿y mañana?

Y, fuera del protector (pero agotado)
bunker... ¡sorpresas!
Algo fuera de nuestro control (o no tanto) puede hacer que desaparezca esta sensación de triunfo y ensalmo materialinagotable’ actual: el impacto de un meteoro colosal, una pandemia inédita, o el calentamiento bélico de las superpotencias. En época de la cocción de Kamandi, el miedo a la guerra nuclear era un miedo constante, no sólo una anécdota a anotar en las producciones de Década 80.

Líderes desequilibrados, intransigentes, o ambiciosos, podían decidir presionar el famoso botón rojo y vaporizarnos en un frenético intercambio termonuclear. Hoy día, inmersos en la guerra contra el terror, nos cuesta creer tal posibilidad. Pero es un pánico que puede regresar apenas cualquier Capitoste de las grandes superpotencias decida erigir otro Telón de Acero y abrazar viejas doctrinas imperialistas.

¡Animales andantes-parlantes al mando! ¿Qué fue
del Hombre, y su reinado por designio divino?
Mas la moraleja que Kirby ‘enseñaba’ (nutrida de aventura, ¡más aventura!, ¡es la guerra!) era que los humanos podíamos pasar del mando a la servidumbre en cualquier momento. Nuestro estatus reinante presente es aleatorio, frágil, inestable. Todo eso se constata en distintos momentos “dramáticos” que Kirby imposta durante la narración, quedando sutilmente solapado por los bizarros avatares que dibujaba.

Reclama atención, sin embargo, que la nueva estirpe gobernante, animales andantes/parlantes antropomorfos (conservan sus cráneos casi idénticos a cómo eran cuando caminaban a cuatro patas —¿por qué?—), repiten nuestros mismo errores; se enfrascan en batallas, tienen conspiraciones y ambiciones, traiciones y querellas humanas. Se sugiere que otra forma de vida, estimulada por impulsos biológicos y hormonales diferentes, podría generar distinta idiosincrasia. Una Sociedad donde nuestros valores usuales carecieran de viabilidad. ¡Es idea estimulante! En la citada cinta sobre los simios, éstos (o, al menos, lo que su casta pensante apunta) pretenden esquivar todas nuestras taras para fomentar una civilización más decente, pura, menos violenta, digna de ser encomiada por las culturas estelares que han superado toda la agresividad primigenia y, supuestamente, “nos vigilan”.

Una lucha de tronos atrapa a
Kamandi, y su novia Flor, en
medio de sus problemas
Pero los simios se distinguen de los Hombres en un gen; el resto (la codicia, la violencia, la astucia, la territorialidad tribal…) sigue ahí, latente, listo a estallar. Distinta Sociedad, que superase nuestras deficiencias, de los simios al menos, no la esperemos. (No sé de aves o gatos.)

Kirby debió sentir cierto pánico racial al ver nuestra especie pisoteada y esterilizada sin complejos

(como hacemos nosotros)

por los primates reinantes, y decidió, como Charlton Heston, combatir la idea 
mediante la

(disparatada)

‘asombrosa’ raza de hombres nucleares a la cual pertenece Ben Boxer. (La cosa es que el Hombre continúe en la cúspide, como sea.) Pero los vástagos nucleares no dan el paso preciso para asegurar nuestro reinado ante/entre los animales andantes/parlantes. Residen en la Zona Prohibida (o el símil de Kamandi) tratando de vivir día-a-día, sin más. Reconquistar nuestro estatus soberano no estaba en la agenda de tan singulares seres.

Por suerte,  Ben Boxer les ayuda
Kirby tenía este “problema”: su fertilísima imaginación lo obligaba a avanzar Avanzar AVANZAR sin tregua, galopando una sucesión de fantabulosas inspiraciones que luego se sustentaban precariamente. Un ejemplo: estos hombres nucleares. 

De algún modo debían ayudar a este Mowgli en la Isla del Dr. Moreau a llevar la serie, pero no tenían demasiado sentido en la misma lógica intrínseca de la narración.

No obstante, como (casi) todo lo de Kirby, es ameno e ingenioso relato. Más (extrañas referencias al creacionismo, por ejemplo), no hay. (Esa manía de buscar arquitecturas superiores o conjuras judeomasónicas... terrible.)