martes, 12 de mayo de 2015

ON A PALE HORSE — PIERS ANTHONY

Cubierta de Michael Whelan
A priori, la premisa que alimenta la trama de la novela de Piers Anthony sorprende por su planteamiento original. Se insiste en que existe una única historia: el viaje, que no forzosamente indica trayecto físico. Refiere también el ‘aprendizaje’ que el protagonista, o los concurrentes al relato, realiza, qué experiencias le hacen crecer o destruyen, constituyendo los avatares los distintos capítulos de la obra.

La novela, pese a su idea original, respeta “la norma” y describe qué viaje efectúa su protagonista, Zane. Pero, repito, la causa de su periplo es lo que hace Sobre un pálido caballo, título español del libro, remarcable. Su argumento.

Zane es un nuncanada lastrado encima por una onerosa aflicción íntima. Un daño, vergüenza, lacerantes remordimientos, conducen sus pasos al Callejón de los Suicidios. Un doloroso tema familiar lo abruma, reseca sus esperanzas, imponiéndole la idea de que sólo al matarse encontrará reposo.

Vive en una pararrealidad, con vagos rasgos ucrónicos/distópicos, donde hechicería y ciencia conviven en aceptable armonía. Inicia su singular viaje al buscar, en un emporio de joyas mágicas, la gema que lo exima de su enorme carga kármica negativa, y consiga brindarle un prometedor porvenir.

Piers Anthony, el autor
Al estar gravemente señalado por la fatalidad, el otrora niño bien/rico fracasa en esto, afirmando por tanto su decisión de suicidarse. También esto lo marra (Sobre un pálido caballo no es una comedia, pese a tener potencial para serlo) mas, en un súbito arrebato de pánico, mata a la Muerte cuando comparece para llevarse su alma pecadora tras el disparo fatal.

La administración del Cosmos está organizada de modo que el matador de la Muerte debe cubrir la vacante, y así Zane “asciende” en la vida. Cosecha almas que tasa antes de expedirlas al Cielo o el Infierno según sea la oscuridad de su contenido.

Todo hasta aquí, fantástico. Original A TOPE. Ya, no obstante, los lastres que arrastra la novela han ido minando su efectividad. Pero sobremanera absorbe el planteamiento audaz, y se prosigue leyendo.

Zane trabará contacto con el Mal, Satán, retrato del yuppie que tanto destacará durante Década 80; éste vende el Infierno como una atractiva Disneylandia de la condenación eterna. Y conocerá el amor, Luna, joven de la que Zane se enamora, y por la cual luchará contra Satán para salvarla de su aciago destino postmortem.

Edición española. La portada,
a años luz de la de Whelan
Esto permite descubrir que Anthony relata una reversa versión del mito de Fausto, otra vuelta de tuerca, incluso, del tema de Orfeo y Eurídice. ¿No lo dije al comienzo? Sólo hay un argumento. Lo demás, son versiones más o menos brillantes.

Es, por tanto, absurdo emperrarse en creer que puede hacerse algo genuino. ¡No lo hay! Sólo un tramo del relato puede serlo. El resto son soportes, ya relatados, e inevitables para conseguir llegar hasta la palabra FIN.

El soberano lastre que carga la novela es la narrativa del autor. Anticuado, ramplón, sin riesgo, conforme avanzamos se hace tedioso, MÁS TEDIOSO, denso sin necesidad, poblado de altanerías góticas que estorban, ralentizan, hacen pastosa la lectura. Con su propuesta impregnada de originalidad, Anthony empezó rompiendo moldes (¡aplauso!), franqueando fronteras. Termina aburriéndote debido a su “docto” lenguaje escrito.

Su convencionalidad escrita (quizás atractiva, y obligada, para cierto delta de lectores) es algo que Anthony debió soltar para atreverse a narrar de modo más osado, suelto, situándose al nivel del gallardo argumento. Todo es plúmbea solemnidad, ampulosa y excedente; hunde estos capítulos.

Pese a mi opinión adversa sobre
su estilo, Anthony goza de una
brillante representación literaria,
estructurada en seriales
Como lector que busca, en la novela, solaz, santuario contra el día-a-día, el estilo me es cada vez más importante. Admiro más a los autores con la audacia de contar de modo más fresco, creativo. Igual, cada vez detesto más los textos con el “formado narrativo” de Sobre un pálido caballo. Atiende los “vicios” de un público sin paladar, temeroso de “lo montaraz”, del impacto con la palabra, o término, en el lector.

Si todo evoluciona, para evitar el anquilosamiento que lleva a la extinción (¿por qué la literatura no debe tener también ese aspecto “orgánico”?), por tanto hay que reclamar respeto, o espacio, para esos estilos “alternativos” que persiguen, más que pergeñar borrosas aberraciones estilísticas que sacian el descomunal y sensible ego del autor, y nada más, impresionar al lector con la construcción de la frase. El (envidiable) género negro es más bizarro en ese sentido (ejemplos surten Richard Stark o James Ellroy), y no entiendo que este ejemplo no pueda extenderse a otros géneros.

Tal vez para la novela “histórica” el estilo de Anthony sea óptimo. Pero, a Sobre un pálido caballo, le ha hecho una faena, sofocando (y negando opciones como la parodia, o la comedia, que podía desarrollar) las enormes posibilidades de un gran argumento, malogrado por mor de perpetuar un conservador formato narrativo.

Tengamos el coraje, como autores, de hacer/contar algo tan “nuevo” como sea posible. Otras formas de arte se atreven. Y consiguen destacar.