sábado, 13 de junio de 2015

JOHN CARTER DE MARTE — ANDREW STANTON

Afiche pecholobo de la película
Amena película de aventuras ocurridas en otro planeta, sembrado de asombrosos y diferentes parroquianos sometidos a sus particulares reglas y leyes, con ciertos sesgos con las nuestras. Pero no es una cinta que concuerde, demasiado, con los relatos de Edgar Rice Burroughs, pues se adaptan varios, no sólo Una princesa de Marte.

Y esa sensación, de forma subconsciente, aun para los no ‘iniciados’ en las fantasías barrocas de Burroughs sobre el decadente Barsoom, al filo del fin que prolongan sin proponérselo, ha sido la que ha noqueado en taquilla una costosa inversión basada, esencialmente, en una fastuosa CGI.

Los “entendidos” en Barsoom encontramos, para empezar, deficiente a este John Carter (Taylor Kitsch). Andrew Stanton ha filmado la vida de un hombre quemado y sin ilusiones víctima de flagelo similar al del Josie Wales de El fuera de la ley de Clint Eastwood (¿suerte de desacertado guiño?), sentimentaloide añagaza que, en esta costosa producción, ha resultado del todo/completamente perniciosa.

John Carter, dixit Burroughs, era un activo aventurero de pasiones volcánicas siempre listo a lidiar con lo imposible movido por un insensato “a ver qué pasa”. El de Stanton va a tumbos. Timorato, carece de la energía audaz, temeraria, del Carter/Burroughs.

Forastero en tierra extraña... ¡y qué extraños!
En verdad: no es Kansas, Dorothy. ¿Entonces...?
Es su dramón, y la falta de talla física notable, según retrata Burroughs a John Carter, lo que desaliña el resultado ofrecido por Stanton. Estoy convencido de que, de no tener un antecedente previo, John Carter de Marte habría sido una singular space-opera/western capaz de concitar interés. Pero tiene raíces, que a todas ha defraudado.

La película entrelaza, principalmente, y ‘de aquella manera’, las dos primeras narraciones. Aquí, como si de por sí Una princesa de marte no tuviese tralla bastante, buscan aumentarla con esa enigmática fuerza “regente” marciana, moviéndose insidiosa en la sombra, que por un motivo no bien explicado está agostando Barsoom, para luego lanzarse a expoliar la Tierra.

No sé si es una ocurrencia para darle carácter de apoqueclipse al guión y volverlo más trepidante, pretexto para explicar por qué Barsoom muere (lo de una gigantesca ciudad ambulante me parece desatino; y más, en un planeta tan belicosamente habitado), o especie de analogía de la crisis ecológica que esboza nuestro mundo. Con la salvedad de que los magnates que derrochan y malversan nuestros recursos son títeres de extraterrestres entes calvos que persiguen la entropía cósmica total, no amasar riqueza. ¿Buscan exculparlos, o qué?

Dejah Thoris lista a efectuar una heroica castración
La cinta está manifiestamente coja. El espectáculo está llevado con temple e instinto, mas sin energía, menos emoción. ¡Qué decir de su ausencia de épica! Este John Carter tiene un bajísimo perfil épico. El heroísmo, inherente al icono literario, afán que lo espolea implacable, es roña que el protagonista elude cuanto puede, víctima de esos miedos dramáticos que abruman su existencia.

Tampoco el plantel marciano (exceptuando las criaturas generadas por computadora) motoriza la imaginación. La Dejah Thoris (Lynn Collins) descrita en los textos como una resplandeciente e incomparable belleza por la cual los hombres (rojos) matan y mueren sin vacilar, no luce ese atractivo embrujador. Es suerte de Xena, Princesa Guerrera, con vestuario costoso debido a la magnitud de la producción.

Otra imagen desafortunada: "Sigues estreñido,
¿no, socio?
" "¡Ya te digo!"
Toda ella circulando por rieles marca Disney que evitan el exceso (en todo sentido) para procurar agradar, sino a todos, sí a los señores de las etiquetas censoras que, adjudicándole una elevada calificación “moral”, limitasen la audiencia. Mermasen, pues, la recaudación.

John Carter merecía un director más cafre y una productora con ánimo de riesgo. Disney ha laminado todos los elementos eróticos (que no significa pornográficos por fuerza) presentes en la saga y que la dan sal, y especialmente notorios al considerar cuándo se escribió y a qué presunto público, en principio, se destinaba.

Confiando prender el deseo de secuela, ha financiado un péplum marciano con trazas steampunk para gratificar la vista, y respetando la censura. El vestuario lo delata. Pero hasta el admirado Ben-Hur de William Wyler tiene más energía y carácter que este relato visual de Stanton. De nuevo, lo planteo: un regidor distinto, más versado en relatos de “superación y supervivencia”, o inspirado a lo bestia, y una productora sin miedo a la polémica, formando alianza “desesperada” por hacer la película que les inmortalizara, creo que habría dado un resultado más apreciable que éste.

La poderosa tecnología de los (desteñidos) Hombres Rojos 
bate las llanuras de Barsoom, imperio de los belicosos
Hombres Verdes
Algunos filmes, sin llegar a “dar la talla”, son sin embargo agradable alternativa a una tediosa sobremesa. John Carter de Marte difícilmente lo logra. Desinteresa el drama de Carter. ¿Qué sucedió? ¿Per se un hombre no puede lanzarse a la Gran Aventura de las Tres Mil Millas (aun marcianas) para ganar un reino y a su princesa?

¿Dónde quedó la audacia pionera norteamericana? ¿El héroe debe estar marcado por la tragedia mayúscula para empezar de nuevo? Tan poco convincente es este John Carter que hasta su “pasión” por Xena, digo, Dejah Thoris, aparece hueca, falsa, insincera. Lástima. Tanto buen material, así derrochado.