lunes, 27 de julio de 2015

LA MÁQUINA DEL TIEMPO — H.G. WELLS

Cubierta extranjera. Masterworks
La primera novela publicada de H.G. Wells ya esbozaba sus inquietudes sociales, el principal elemento que le desmarcara de Jules Verne. Al francés podemos verle como amo de la maquinaria steampunk remachada por doquier, heraldo de la electricidad. Confiaba que, esta alianza vapor-electrón, proporcionaría al Hombre poder reservado a los Dioses y le permitiría decidir su destino.

Wells veía en las máquinas (que apenas esbozaba, frente al exhaustivo Verne) y la ciencia ficción, un elegante vehículo para contar qué pensaba de su agonizante Sociedad victoriana y denunciar la miseria de su época, de forma distinta a como Charles Dickens realizara, siendo la Ciencia arma de doble filo.

En La máquina del Tiempo, quizás la primera distopía del género, de forma ingenua, bien intencionada, expone qué consideraba sería un progreso social(ista) de la Humanidad. Wells, hijo de clases humildes, golpeado en lo vivo por la tuberculosis y la pobreza, presenciaba cómo una clase social acomodada se dignaba arrojar migajas a los desafortunados mientras derrochaba espléndidamente riquezas que podían mitigar las condiciones de indigencia. Cuanto escribiera estaría señalado por estas experiencias.

Un maduro y afable H.G Wells distante de la
época de privaciones y tuberculosis que casi
termina con él
Se imponía una justa redistribución de la riqueza. Por una cuestión de ética y moral. El marxismo rampante resonaba en sus párrafos. Durante bastante, el pedagogo Wells se aferraría a las bondades del fabianismo como recurso para sacar a la Humanidad del atolladero donde estaba (y sigue; y prometen: se agudizará), y sólo a edad tardía, agotado, desconsolado, descubriría que su sueño Utópico Socialista era tan nocivo como esas clases capitalistas derrochadoras que criticara.

La máquina del Tiempo arranca con un grupo de acomodados burgueses discutiendo durante una cena sobre el vehículo capaz de transportar al Futuro. (Es interesante leer que uno de los contertulios cuestiona la utilidad de semejante artefacto. Hoy día nos da fiebre sólo pensar qué peligrosos cambios engendraría algo capaz de modificar la Historia —y cuanto contiene y arrastra—, a modo explorado por Fritz Leiber en Las Crónicas del Gran Tiempo.) Especulación y nadería, es la conclusión de la velada.

Prosigue el relato del Viajero A Través Del Tiempo en el Remoto Futuro, en el año 802.701 concretamente, donde Wells sitúa una Utopía Manifiesta pero con truco. (A destacar la importancia de la fecha: ¡Wells estaba convencido de que se necesitaría esa catarata de años para modificar las cosas de forma conveniente para la Humanidad, tan acostumbrado estaba al inmovilismo victoriano, donde todo cambio, si sucedía, llegaba con lentitud y a renuencia! —Poco podía suponer que, unas décadas después, radicales cambios modificarían el mundo, al menos, lo suficiente como para parecer distinto a todo lo habido antes—.)

Cualquier de las muchas portadas
de una edición española del relato
Conviene observar, también, que Wells supo ‘anticiparse’ a los antropólogos que andan especulando cómo será la raza humana dentro de cinco, o veinticinco mil años. El jardín al que llega el Viajero lo pueblan versiones pequeñas-y-delicadas de los ásperos humanos del siglo XIX, con sus pesadas ropas y cuerpo habituado al trajín con el carbón y el vapor. (Luego están los Morlocks, la pesadilla de la Sociedad burguesa que encarnan los Eloi.) El comunista Wells admira que se ha conseguido.

El trabajo agotador, la enfermedad, la lucha de clases… todo el martirio histórico, ha fenecido ¡finalmente!, sí, AJÁ, y lo reemplaza unos Campos Elíseos donde el goce, el cachondeo y la pereza caracterizan a la Humanidad. Esto termina siendo un grave problema para el activo Viajero, alter ego de Wells, trasunto también del Gran Explorador-Cristianizador Blanco tipo Rudyar Kipling. La Humanidad, en su cúspide, cuando más extraordinarios deberían ser logros y conocimientos, con una Ciencia benefactora que iluminase hacia una Grandiosidad Aún Mayor (anímica, sin duda), cuanto hay son retozonas criaturas de conducta hostil bajo la presión de sus inquisiciones.

¿Qué pasó, qué fue, cómo se llegó a esto? ¿La Humanidad merece la Utopía; o la Utopía es, sin embargo, veneno que corrompe el espíritu? ¿Impide la superación?, elucubra. Las preguntas se aglomeran en su mente. La respuesta que obtiene el Viajero, quizás no la correcta, son los Morlocks. Los obreros, especula, aplastados tras siglos de opresión capitalista, son hijos de Hécate (suerte de suprema humillación del sometimiento del Dinero.) Temen al Sol. Mas son, descubre, los amos. Se alimentan de los pasivos Eloi, algo que estremece su culto sentido de civilización.

Verne fue primero adaptado al cine, pero Wells
parece que recibió un trato más "espectacular"
Imposible creer que el obrero, que con tanta pasión el solidario Wells defendía, ofendido por cómo lo oprimía el Capital, trascendiera así su Humanidad esencial. Posee máquinas, su intrincado mundo subterráneo evidencia superioridad intelectual… mas es caníbal. ¿Qué pasó; qué fue; cómo llegó a esto? Creo que Wells había visto, pese a todo, truco en el sindicalismo. No luchaba tanto por llevar justicia y prosperidad como por convertirse en la fuerza dominante que, la Historia, al final, conoció como estalinismo.

Esto no arredra al Viajero; vuelve a emplear su máquina. Y seguimos esperando su regreso. Qué prodigios contará esta vez.